Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1721
Legislatura: 1902-1903 (Cortes de 1901 a 1903)
Sesión: 4 de noviembre de 1902
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 45, 1167-1171
Tema: Cuestión de la crisis del Sr. Canalejas

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): No es necesario ser muy malicioso, y yo no lo soy ni poco ni mucho, para creer, después de oír al Sr. Nocedal que, así como los diez manda- [1167] mientos de la ley de Dios se encierran en dos (El Sr. Nocedal: ¡Está bien de doctrina cristiana S. S.!), así las diez preguntas, poco más o menos, que S. S. ha dirigido a todos y cada uno de los Ministros, envueltas en un elocuente discurso, en párrafos muy retóricos, se encierra, no en dos, sino en una, es a saber: la que se refiere a la crisis que dio por resultado la salida del Ministerio del Sr. Canalejas.

Su señoría se encanta con la idea de que el Sr. Canalejas, disgustado con el Gobierno porque ha salido del Ministerio, y el Gobierno disgustado con el Sr. Canalejas porque le dejó sin programa, están a punto de estallar y que basta la más pequeña excitación para que estos dos combatiente vengan a las manos, y, por lo menos, se hagan sangre. Esto no me parece muy cristiano en S. S., ni en nadie (El Sr. Nocedal: Cristianísimo); pero, además, el querer que se derrame sangre y hacer lo posible para que esto se realice, me parece, dadas las creencias de S. S. , un gran pecado mortal. (El Sr. Nocedal: ¿Es pecado hacer una sangría a un enfermo, Sr. Presidente?) No hay más sino que, por lo que de mí dependa, S. S. ha pecado mortalmente en vano, porque yo, que no estoy dispuesto ni ahora ni nunca a derramar sangre, aunque pudiera y tuviera razones para hacer derramar sangre al Sr. Canalejas, que, repito no estoy dispuesto a ello en ningún momento, menos aún lo estaría hoy, hallándose, como se halla éste, mi querido amigo, bajo la horrible incertidumbre de una gran desgracia de familia, desgracia de familia, Sres. Diputados, que, si apena a todos sus amigos, por coincidencias de la vida, mejor dicho, por coincidencias de la muerte y por ciertos misterios difíciles de explicar, a mí ha de apenarme más porque las grandes aflicciones de la familia del Sr. Canalejas, por estas razones que acabo de indicar, resuenan en mí como las aflicciones de la propia familia mía. (Rumores en las minorías.)

Pero, no; el Sr. Canalejas no puede estar disgustado con el Gobierno por haber salido del Ministerio; porque yo debo declarar que el Sr. Canalejas dejó con más gusto el Ministerio que lo tomó. (El Sr. Nocedal: ¡Ya lo creo! Tal lo trataron.) Lo tratamos como él se merece (Risas), con el mayor de los cariños. Ni el Gobierno tampoco puede estar incomodado con el señor Canalejas, porque el Gobierno se quedó, con la salida del Sr. Canalejas, sin su colaboración, sin su talento, sin su saber, sin su palabra, que no es poco; pero al salir el Sr. Canalejas no se llevó el programa, que, después de todo, no era del Sr. Canalejas, sino del Gobierno que se constituyó con la base de ese programa, que no era otra que unos cuantos puntos principales desprendidos del discurso de la Corona, donde está el verdadero programa del Gobierno.

De manera que el Sr. Nocedal está equivocado al creer que el Gobierno con la salida del Sr. Canalejas ha quedado indefinido, sin programa. No; el Gobierno tiene el programa que tenía, pero el afán del Sr. Nocedal consiste principalmente en saber el motivo de la crisis; como que de eso espera un gran resultado. Pues bien; yo no sé por qué S. S. muestra ese ansia de saber lo que pasó, porque no hay español que lo ignore, puesto que no hubo ningún misterio en la crisis que dio por resultado la salida del Sr. Canalejas y por consiguiente, después del tiempo transcurrido, la explicación es inútil porque se trata de una crisis tan clara, tan definida y tan explicada, que no hay nadie que no la conozca en todos sus pormenores y detalles, hasta en los más ínfimos. Pero en realidad lo que desea S. S. no es la explicación que ya conoce de la crisis, sino otra nueva explicación para ver si de ella resulta algo que S. S. espera que resulte. Pues bien, yo no tengo reparo en recordar a S. S. la crisis a consecuencia de la cual se produjo la salida del Sr. Canalejas, pero tan brevemente como es necesario, y como lo exige una cosa tan conocida de todo el mundo.

Quería el Sr. Canalejas que las Cortes se reunieran inmediatamente después de la jura del Rey para presentar a las mismas y a ser posible discutir y aprobar, el proyecto de ley de Asociaciones, uno de los proyectos a que venía comprometido el Gobierno. Creían sus demás compañeros, y sobre todo yo, que la reunión de las Cortes para ese objeto, no sólo sería estéril, sino además, altamente inconveniente porque tratándose de un proyecto de ley de tanta importancia como es aquel que se refiere al ejercicio del derecho de asociación en todas sus manifestaciones, en su aspecto de derecho político, de derecho privado y de carácter económico, había de dar lugar a tantas y tan ardientes discusiones, que sería imposible su aprobación antes de las vacaciones del estío, y sólo conduciría a exasperar los ánimos y a prepararlos mal para ulteriores debates; y creía yo, además, que era un remate malísimo de la jura del Rey porque promover una campaña parlamentaria en que sólo se había de lograr la discordia y la desunión después del acto hermosísimo de la jura, que parecía lazo de unión entre todos los españoles, era una mala conclusión que podía desvirtuar y deslucir el acto magnífico que había realizado la Nación española. El Sr. Canalejas insistió en su opinión, en la suya insistieron los demás Ministros, y ante esa divergencia con sus compañeros, por más esfuerzos que hice para retenerle no lo pude conseguir, y el Sr. Canalejas salió del Ministerio y fue sustituido por el Sr. Suárez Inclán, primero Vicepresidente de la Cámara, de opiniones arraigadas democráticas y antiguo representante del país. Ésta es la razón de la crisis.

Quería más el Sr. Canalejas: quería que se diera preferencia, sobre todos los proyectos de ley, al de Asociaciones, y yo, en tanto estimaba su concurso, que, aun cuando las circunstancias no lo exigían ni determinaba así, estaba dispuesto a dar la preferencia a ese proyecto para evitar la crisis y la salida del Sr. Canalejas.

Ya ve S. S. si yo trataba con cariño, como le trataban todos, al Sr. Canalejas, cuando hacíamos tantos esfuerzos para que no dejara el Ministerio. Pero una vez que no pude evitar la crisis, y el Sr. Canalejas salió del Gobierno, claro es que el proyecto de Asociaciones quedó como todos los demás, sometido a la discreción del Gobierno, y no tenía más preferencia que aquella que las necesidades del país determinaran. Cree el Gobierno que es de más urgencia atender a la solución de las huelgas que a diario se presentan y que no tienen legislación, cree el Gobierno que es de más urgencia acudir al problema agrario, que encierra verdadero peligro, como sabe S. S., cree el Gobierno que es más necesario corregir los errores del Jurado, que siguen cometiéndose y que están denunciados por la opinión pública, cree el Gobierno de más urgencia llegar al fin y al cabo [1168] a la descentralización, tanto tiempo hace prometida y nunca otorgada, y cree de preferencia la presentación de proyectos de ley sobre aquellas cuestiones que no tienen legislación especial porque después de todo, el derecho de asociación tiene una legislación más o menos deficiente, pero al fin y al cabo alguna legislación. De todos modos, repito que este proyecto de ley, así como todos los demás, se someterán oportunamente a las Cortes con la preferencia que determinen las necesidades del país.

El Sr. Nocedal no se contenta con eso, sino que quiere ver si en la cuestión religiosa encuentra lo que quizá no halla en la crisis que produjo la salida del Sr. Canalejas, y pregunta al Gobierno qué es lo que hace y qué es lo que va a hacer en la cuestión religiosa.

Ya he dicho yo aquí otras veces, que lo que el Gobierno procura es la paz entre la Iglesia y el Estado, haciendo que cada una de estas dos entidades marche con libertad dentro de la esfera de acción que le corresponde, procurando que ni el Estado se inmiscuya en las cosas de la Iglesia, ni la Iglesia en las cosas del Estado. De esta manera las dos potestades marcharán juntamente, ajustándose cada cual a las leyes que le son propias. Éstas eran las bases en que el Gobierno fundaba el proyecto de modificación del Concordato porque claro está que mientras el Concordato actual existiese, el Gobierno estaba dispuesto a respetarlo y a cumplirlo, y en cuanto a las Comunidades religiosas estaba decidido naturalmente, no sólo a respetar a aquellas órdenes religiosas que deben su existencia al mismo Concordato, sino a aquellas otras que la deben a las leyes y disposiciones especiales ya que, como sabe el Sr. Nocedal, hay muchas Comunidades que deben su creación y su existencia exclusivamente a disposiciones del Gobierno.

Pues bien, en esto es en lo que ha surgido una diferencia entre las dos potestades, diferencia que emana de la distinta manera de interpretar la Santa Sede y el Gobierno español algunos artículos del Concordato; y esta diferencia es la que ha entorpecido la marcha de las negociaciones y la que, por último ha retrasado la solución del problema, sobre todo en cuanto a las órdenes monásticas se refiere, pero yo creo que estas dificultades desaparecerán pronto, y para ello el Gobierno hace todo lo que puede.

Me va a permitir el Sr. Nocedal que no diga más sobre este punto porque me parece a mí, que dado el espíritu de concordia y armonía que ha servido de base al Gobierno para presentar el proyecto de modificación del Concordato, con la idea, no sólo de subsanar los errores demostrados en medio siglo de experiencia, sino además con la de ver si, sin desatender nunca las ineludibles atenciones del culto, se podía aliviar al Tesoro en alguna cantidad y además, mejorar un tanto la situación verdaderamente desgraciada del clero de las aldeas y de los campos; me parece, repito, que teniendo en cuenta estas razones, no debo añadir una palabra más.

Yo creo que el Papa ha de recibir bien el pensamiento a que obedece la reforma, dado el cariño que siempre ha profesado a España, y dado el amplio espíritu y los sentimientos del Padre común de los fieles. Espera, pues, el Gobierno que esto ha de tener pronto y feliz éxito para ambas potestades, y entretanto me ha de permitir el Sr. Nocedal que no diga más sobre el asunto porque me temo que la política pueda perturbar los trabajos diplomáticos en daño de los resultados, que si por esto no fuera, yo tendría mucha satisfacción en dar a S. S. y a todos los demás Sres. Diputados las más amplias explicaciones sobre el estado de la negociación, pero no me atrevo a hacerlo por las indicadas consideraciones.

Crean los Sres. Diputados que nadie desearía más que el Gobierno poderlo hacer con toda amplitud, como nadie desea más que el Gobierno que las negociaciones sean conocidas, seguro, como está, de haber llenado su deber respetando la libertad de la Iglesia dentro de la órbita que le es peculiar, guardando al Sumo Pontífice las consideraciones y los respetos que merece de una Nación tan católica como la española, y la gratitud de que le es deudora por el cariño que el Padre Santo ha manifestado siempre a España, pero conservando al mismo tiempo, y defendiendo en toda su integridad la soberanía del Estado, la supremacía del Poder civil y las regalías de la Corona. (Aplausos.)

¡Ah!, al fin y a al cabo, si no completa justicia, por lo menos justicia a medias nos ha hecho el Sr. Nocedal esta tarde, porque S. S: no nos ha llamado Gobierno clerical, ni Gobierno vaticanista como ha habido quien nos ha llamado, ni nos ha dicho que habíamos entregado la soberanía de la Nación a la Corte romana, ni que ponemos a los pies del Papa nuestras facultades como Gobierno, que todas esas cosas se nos han dicho. Afortunadamente, la opinión pública sabe muy bien que ahí no ha de ir nunca el partido liberal, y por eso no ha hecho caso de semejantes paparruchas. (Grandes aplausos.)

Se nos ha supuesto a los pies del Papa. Como católicos, no tenemos inconveniente en prosternarnos a los pies del Papa en lo que a la vida espiritual y a la salvación de las almas se refiere; pero como representantes de un Estado, no conocemos más soberanía, ni más dueño, ni más señor que el Estado mismo, cuyos prestigios estamos dispuestos a mantener y a defender por encima de todo y sobre todo (Muy bien), no sólo porque así creemos cumplir con nuestro deber, sino porque es la manera de que la Iglesia pueda vivir en paz con el Estado, y de que lleve la paz moral a los espíritus, base esencial de la paz material de los pueblos.

Apena el alma ver, Sres. Diputados, cómo se tratan aquí los asuntos más graves y trascendentales. Yo no sé si es por vicio de nuestro carácter, si por malas costumbres políticas, si por causas que realmente no tienen explicación razonable; pero es indudable que en los grandes acontecimientos, más inclinados nos encontramos siempre a dar importancia a lo pequeño, a lo desagradable, a lo accidental, a lo que nada significa y nada importa, que a aquello grande, trascendental, suntuoso, agradable y que tiene verdadera importancia.

Se habla del viaje regio, y todo el mundo se ocupa de las deficiencias, que son muy naturales en acontecimientos de esta naturaleza, de los disgustos que pueden ocasionar las cuestiones de etiqueta que surgen siempre en estos viajes, pero no se dice nada del gran resultado obtenido. Porque, después de todo, este viaje, con esas deficiencias ha sido un verdadero éxito para el Monarca, un verdadero pa- [1169] seo triunfal, en el cual ha recibido el Monarca las mayores muestras de simpatía y de entusiasmo, y las mayores ovaciones en todas las localidades que ha visitado, sin distinción de partidos ni de clases, y eso no obstante, no se ha dicho nada de una nota verdaderamente consoladora que surge en todo este viaje, y que cede principalmente en honra del pueblo español: es a saber, la consideración tributada al jefe del Estado aun por aquellos que tienen un concepto tan distinto del régimen que hoy existe en España, que son sus enemigos irreconciliables, hasta el punto de desear su exterminio. (El Sr. Muro: Cortesía.-Rumores en la mayoría.) Así, en Asturias, en Santander, en León, en Navarra, en Álava, en Burgos, en Bilbao, en todas partes, los republicanos, los socialistas y hasta los libertarios se han apresurado a manifestar su respeto al Monarca, sin creer por eso que eran menos defensores de sus ideales. (El Sr. Muro: Son gente bien educada.-Grandes rumores.-El Sr. Pradera: No es mérito del Monarca, sino de los pueblos.-Nuevos rumores.)

Esto significa un gran progreso en nuestras costumbres públicas, y además un buen ejemplo, digno de imitar, sobre todo en este país, en que la diferencia más pequeña en un punto de doctrina o de tramitación, hasta para que los hombres políticos se pongan unos enfrente de otros, y lleguen en sus enconos y en sus luchas a los mayores extremos, aunque esos hombres políticos pertenezcan a partidos o a agrupaciones de fuerzas, que tengan de común las bases sobre que se asienta la organización actual. Pues bien, esto ha pasado, Sres. Diputados, porque la masa obrera ha sentido grandes entusiasmos al ver al Monarca tomar una parte tan activa en lo que a ella interesa, visitando los centros done gana los obreros el sustento de sus familias, examinando los trabajos, las operaciones que realizan procurando ver los barrios donde esos obreros habitan, para lo cual, sin aviso previo, se ha presentado en las calles casi completamente ocupadas por la clase proletaria, para la cual ha tenido siempre palabras de amor, de cariño y de esperanza.

Estas manifestaciones generales de respeto que el Monarca ha recibido en todas partes, constituyen una nota simpática, una nota bien consoladora, y además una gran esperanza para el porvenir. Ante esto, señores, ¿qué significan las deficiencias que se hayan podido observar en lo viajes del Rey? ¿Qué significan esas deficiencias cometidas por unos o por otros, que pueden tener su explicación y su disculpa en plausible exceso de celo, en la confusión que producen esos grandes movimientos de las masas, en el temor de que entre esas muchedumbres pueda surgir algo desagradable, en la competencia entablada, queriendo sobrepujar los unos a los otros en la expresión de su amor a la Monarquía y al Rey? (Muy bien.) Y aun cuando por tal concepto no fueran disculpables y merecieran correctivo, ¿qué importa todo esto ante los resultados obtenidos.?

Se quiere de esto hacer una cuestión política y además una cuestión constitucional. Claro está que todos estamos de acuerdo, y que todos estamos conformes en los derechos y en los deberes de Gobierno cerca del Monarca en los actos oficiales; pero hay que tener en cuenta que en esas grandes manifestaciones que resultan en los viajes regios, cuanto mayor sea el entusiasmo que en ellos se produce, más grande suele ser la confusión que allí se establece y más difícil conseguir que las prerrogativas y los privilegios de cada cual permanezcan íntegros, dominados como se hallan todos por la impaciencia, por el deseo y por la presión misma de las muchedumbres. Así que, en estos, casos únicamente la prudencia de todos es la que puede salvar y resolver tales conflictos.

Se habla de los alcaldes. No hay verdaderamente jurisprudencia establecida para determinar el sitio de los alcaldes en estos casos: hay precedentes para todo y podría añadir, que lo mismo que pasa aquí, pasa en todas partes. Ha habido ocasiones en que un alcalde ha entrado en el coche con S. M.; otras ocasiones, en que el alcalde iba delante del coche del rey como para indicar que va presentando al monarca del pueblo, y otras hay en que iba detrás. De cualquier modo, el alcalde necesita un lugar preferente; es el representante del pueblo que el rey va a visitar; el alcalde es quien le recibe en nombre del pueblo y digámoslo así, el encargado de hacer los honores de la casa, pero repito que no hay jurisprudencia ninguna sobre esto y no puede quejarse ningún alcalde de si ha ocupado o no el sitio que le corresponde. Lo que sí puede decirse es que el rey ha tenido para los alcaldes todas las distinciones posibles. (El Sr. Soriano: Menos en Santander, donde los echaron al grito de ¡fuera alcaldes!-Rumores.)

Lo que yo digo: ¡siempre lo pequeño!. Eso tiene una explicación satisfactoria. Los alcaldes estaban en el Ayuntamiento de Santander para presentarse al rey; acudieron al Ayuntamiento, y en su deseo muy legítimo, no sólo de ver al Rey, sino de verle muy de cerca, ocuparon la escalera y la ocuparon de tal modo que era imposible bajar ni subir por allí. Iba a llegar el rey y como la escalera estaba ocupada y obstruida por los alcaldes hubo necesidad de decirles que la desalojaran. ¿Se les dijo eso con una frase más o menos apropiada, más o menos correcta? Eso no tiene importancia. (Rumores en las minorías.)

Y vamos a otra cuestión: la de los Diputados y Senadores.

Esta cuestión es un poco más difícil y más compleja que la de los alcaldes porque los Diputados y Senadores, cuando proceden en comisión y por encargo del Cuerpo a que pertenecen, es evidente que gozan de las altísimas prerrogativas y de los eminentes privilegios que a la Cámara que representan corresponden, y entonces ocupan el primer lugar, cualquiera que sea. (El Sr. Azcárate: ¡No faltaba más!) De eso no hay que hablar. Pero cuando los Diputados proceden aisladamente, por su propia voluntad? (El Sr. Uría: No; se les llamó por el Gobierno colectivamente.-Protestas); cuando no llevan representación ninguna del Cuerpo a que pertenecen, entonces claro está que, no pueden tener aquellos privilegios ni aquellas prerrogativas; no les queda más que la consideración del cargo, como le queda al diputado provincial y como le queda al alcalde; como les queda, no solamente a los que tienen cargos oficiales, sino a los ciudadanos que abandonan su casa, que dejan sus intereses para ir a prestar homenaje de respeto y de entusiasmo al rey. Esas consideraciones siempre se debe y se quiere tenerlas, pero, ¿se pueden tener?. Pues se tienen. ¿No se pueden tener?, pues no se tienen. (Rumores en [1170] las minorías y grandes muestras de aprobación en la mayoría.)

Lo que no se debe es hacer de eso una cuestión porque es muy fácil guardar todas esas consideraciones cuando hay tiempo y espacio y cuando todo se puede tener presente; pero, como he dicho antes, cuando el entusiasmo es muy grande, cuando la muchedumbre llega a ser extraordinaria, es muy difícil medir con regla y compás las disposiciones que han de adoptarse. Entonces se hace lo que se puede. (Muy bien.)

A mí mismo me ha sucedió. Siendo Presidente del Consejo de Ministros, acompañaba yo a S. M. la Reina en una de sus excursiones, y en una visita que hizo a una población de mucha importancia, se aglomeró allí tal gentío, la manifestación fue tan grande, que habiendo yo querido detenerla porque creí que nos iban a atropellar, ocurrió que, en efecto, la avalancha fue tal, que me cortó la comunicación con S. M. la Reina, y ya no pude volver a su lado hasta que se terminó la excursión, habiéndome quedado, no ya en segundo término, sino en último. ¿Y qué? ¿Lo sentí? Al contrario, me alegré muchísimo porque eso significaba el gran cariño y el gran entusiasmo con que a la reina se recibía, y yo, claro está que me lisonjeaba de que el deseo de aquella muchedumbre de festejar y de aclamar a la Reina me dejara a mí en último término.

Precisamente en las manifestaciones de poca importancia, cuando las personas a quienes se obsequia son recibidas con frialdad y no se agolpa la muchedumbre para festejarlas y aclamarlas, es cuando se hacen muy fácilmente las cosas, cada cual puede ocupar su sitio sin dificultad alguna, y se puede tener en cuenta todo, pero cuando sucede lo contrario, esto es muy difícil, y yo declaro que entre una manifestación, en la cual se puedan arreglar las cosas de esa manera, en la que cada uno ocupe el puesto que le corresponda con arreglo a su cargo o categoría, y otra en la cual no pueda verificarse eso porque la muchedumbre, deseosa de aclamar y festejar al noble huésped lo impide, prefiero cien veces esta última. (Muy bien, muy bien.-Aplausos en la mayoría.)

Y contestados los tres puntos principales en que se ha ocupado el Sr. Nocedal, quiero dar una explicación al Sr. Romero Robledo de por qué he contestado en este momento al Sr. Nocedal y no contesté a S. S.

Confieso que si hubiera sabido lo que iba a pasar, habría contestado a S. S.; pero como S. S. dio cierto giro a su discurso, queriendo que fuera algo así como el preámbulo de un gran debate político, me pareció a mí que debía esperar a que ese debate político se ampliara para saber la posición que a mí me correspondía tomar y por eso encargué al señor Ministro de la Gobernación que contestara a S. S., reservándome hacerlo yo cuando llegara la ocasión oportuna para ello. (El Sr. Romero Robledo: Agradezco la explicación, pero no lo necesitaba.) Pero yo, aunque no la necesita S. S., se la doy con gusto. Ahora he contestado al Sr. Nocedal porque me parecía a mí que el Sr. Nocedal daba más importancia que nada a la cuestión de la crisis del Sr. Canalejas, y entendía que era yo quien debía contestarle puesto que, por lo demás, hubiera hecho lo mismo que con el Sr. Romero Robledo y aún estaba convenido que fuera el Sr. Ministro de la Gobernación quien contestase al Sr. Nocedal.

Esta costumbre de iniciar debates políticos como éste se ha establecido aquí utilizando el recurso de las interpelaciones, pero esto no pasa de ser una corruptela. Las interpelaciones tienen su cargo, determinado por el Reglamento. La interpelación la explana su autor, a éste le debe contestar el Gobierno, cumpliendo lo que previene el Reglamento; replica el Diputado interpelante y luego queda algún otro turno por si algún otro Diputado quiere hacer uso de él. Pero aquí ya no sucede eso. La interpelación no es más que el preámbulo de un debate, en el que se alude a los distintos jefes de las oposiciones para que éstos vayan tomando parte en el curso de la interpelación, y, dada esta costumbre, ya no importa tanto que el Gobierno conteste inmediatamente al primer discurso, sino que debe reservarse para cuando la discusión haya tomado bastante vuelo y se sepa la posición de cada uno de los combatientes, con objeto de que el Gobierno pueda ir a la lucha con pleno conocimiento de causa. Por eso quería yo dar la explicación que he dado al Sr. Romero Robledo.

Pues bien; contestado, me parece a mí, el Sr. Nocedal, en los tres puntos esenciales que él deseaba saber, y contestado con la franqueza y con la lealtad que me son peculiares, sin ambages ni rodeos, yo dejo para cuando el debate vaya extendiéndose intervenir, si me parece necesario, y entonces, si hay alguna duda que aclarar o algo que añadir, lo haré sin perjuicio de recoger y contestar, cuando sea preciso, las observaciones que puedan hacerse en el curso de este debate. (Muy bien.-Aplausos.)

El Sr. PRESIDENTE: Se suspende esta discusión.



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